La plazuela del Ayuntamiento era el önico desgarrïn que permitêa al cristiano monumento respirar su grandeza. En este pequeío espacio de cielo libre, mostraba a la luz del alba los tres arcos ojivales de su fachada principal y la torre de las campanas, de enorme robustez y salientes aristas, rematada por la montera del ªalcuzïnº, especie de tiara negra con tres coronas, que se perdêa en el crepösculo invernal nebuloso y plomizo. Gabriel contemplaba con cariío el templo silencioso y cerrado, donde vivêan los suyos y habêa transcurrido lo mejor de su vida. "CuÞntos aíos sin verlo! "Con quæ ansiedad aguardaba a que abriesen sus puertas’ ! Para entretener la espera, iba repasando con la vista las bellezas y defectos de la portada, comentÞndolos en alta voz, como si quisiera hacer testigos de sus juicios a los bancos de piedra de la plaza y sus tristes arbolillos. Una verja rematada por jarrones del siglo XVIII se extendêa ante la portada, cerrando un atrio de anchas losas, en el cual verificÞbanse en otros tiempos las aparatosas recepciones del cabildo y admiraba la muchedumbre.
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